Introducción
Los oficios y profesiones
nacen para responder a las demandas de la sociedad, pero también
desaparecen cuando se quedan obsoletas ante los cambios económicos y
sociales. De ahí que una profesión perdura en el tiempo si es capaz de
renovar su función en la sociedad y ofrecer un nuevo sentido a los que
la ejercen.
Si hay un sector sometido a cambios profundos en las últimas décadas,
ése es sin duda la agricultura, que viene experimentando importantes
transformaciones en el ámbito productivo como consecuencia de su
propio dinamismo interno, pero también de los cambios económicos,
culturales y políticos que, a nivel más amplio, tienen lugar en el
entorno cada vez más abierto en que se mueve la actividad de los
agricultores. Aunque tales transformaciones están en consonancia con
las tendencias que se observan en otros países, presentan en Andalucía
singularidades que deben ser tenidas en cuenta a la hora de definir
las políticas futuras de nuestra Comunidad Autónoma y los nuevos
perfiles profesionales que demanda una agricultura compleja y
multifuncional.
En ese contexto cambia el marco de referencia en el que se había
venido desarrollando la actividad agraria durante las últimas cuatro
décadas y, consecuentemente, cambia el lugar de la agricultura en el
conjunto de la sociedad, reconvirtiéndose la profesión de agricultor
para responder a las nuevas demandas de los mercados, de los
consumidores y de los poderes públicos. Pero no sólo cambia el sentido
de la profesión de agricultor, sino también la de los que participan
en la gestión técnica y administrativa del sector agrario, es decir,
los ingenieros agrónomos. La profesión de ingeniero agrónomo es una
profesión cargada de futuro si sabe adaptarse a los cambios que
afectan hoy a la agricultura y el mundo rural.
El objetivo de esta
ponencia es ofrecer precisamente algunas reflexiones sobre las nuevas
orientaciones de la profesión de ingeniero agrónomo a la luz de los
debates que atraviesan la actualidad del sector agrario. La tesis que
voy a desarrollar se resume en lo siguiente:
Al igual que durante la etapa álgida de la modernización productivista
de los años 60 y 70 la profesión de ingeniero agrónomo fue capaz de
jugar un papel decisivo en el desarrollo de la agricultura española,
contribuyendo a que los agricultores se impregnaran de una cultura
marcada entonces por la especialización productiva, la mecanización,
la intensificación y la maximización de los recursos disponibles, en
los comienzos del siglo XXI la profesión de ingeniero agrónomo debe
contribuir a que los agricultores españoles se incorporen al nuevo
paradigma de la multifuncionalidad enfatizando la eficiencia
productiva, la calidad y seguridad de los alimentos, el respeto por el
medio ambiente, la preservación del paisaje, la equidad y, en
definitiva, la búsqueda de un equilibrio entre rentabilidad económica
y bienestar social para hacer más sostenible el desarrollo de nuestros
pueblos y comunidades rurales.
Precisamente porque el
paradigma de la multifuncionalidad implica el reconocimiento de la
diversidad en la agricultura (frente a la especialización productiva y
la modernización selectiva de antaño) como un factor positivo para el
desarrollo y porque implica también el reconocimiento de que otros
sectores y actividades contribuyen al bienestar del mundo rural
(frente al tradicional protagonismo de la agricultura y los
agricultores), la profesión de ingeniero agrónomo debe renovarse
desprendiéndose de su antiguo halo corporativista para convertirse en
una profesión abierta a otras profesiones. Ese es el reto de los
ingenieros agrónomos, y también su responsabilidad.
Una profesión polivalente para una agricultura multifuncional
La profesión de ingeniero
agrónomo se enmarca en el contexto de cambios que afectan hoy a la
agricultura, un contexto que puede actuar como una estructura de
oportunidades si se sabe responder a él con amplitud de miras y visión
de futuro. Dicho contexto puede analizarse distinguiendo varias
dimensiones: económico-productiva, sociocultural, medioambiental,
ética y política, que si bien actúan de forma interrelacionada, se
tratarán aquí por separado en aras de una mayor claridad expositiva y
viendo en qué medida afectan al perfil profesional de los ingenieros
agrónomos (ver Cuadro del final)
1) Dimensión económico-productiva
Es evidente que, desde el
punto de vista económico, la agricultura continúa siendo un pilar
fundamental para el desarrollo del sector agroalimentario andaluz y un
elemento de gran importancia para el equilibrio territorial y la
dinamización de las zonas rurales de Andalucía. Las transformaciones
experimentadas por la agricultura andaluza en el terreno productivo,
con importantes aumentos de productividad, convierten al sector
agrario andaluz en un sector imprescindible para el desarrollo de las
industrias agroalimentarias. Asimismo, la amplia extensión de la
actividad agraria en el conjunto de la región la convierten en una
actividad necesaria para el mantenimiento de un mundo rural vivo y
dinámico en Andalucía. Alcanzado un elevado nivel de suficiencia
alimentaria, la agricultura andaluza se enfrenta al reto de la
competitividad, de la eficiencia en la utilización de los recursos
productivos y de la calidad y seguridad en el consumo de alimentos.
Ser hoy un agricultor eficiente no significa alcanzar los más altos
rendimientos productivos en sus explotaciones, sino saber utilizar de
forma racional los recursos disponibles y hacer una equilibrada
aplicación de los insumos reduciendo costes innecesarios. Los avances
en las ciencias agrarias y la aplicación de las nuevas tecnologías de
la información en la gestión de las explotaciones agrarias ponen de
manifiesto la mayor eficiencia de sistemas de producción distintos de
los convencionales, mostrando cómo con una más equilibrada utilización
de los insumos, un menor grado de laboreo o un enfoque más integral en
la lucha contra plagas y enfermedades de las plantas y animales, se
logran iguales rendimientos, pero con menores costes económicos. Esto
ha dado pie al desarrollo de nuevos sistemas de producción, como la
agricultura de conservación o la agricultura integrada, que se
convierten en un nuevo ideal de modernidad.
Asimismo, la plena integración de la agricultura en el sector
agroalimentario convierte a la actividad agraria en un eslabón de una
larga cadena que va desde el agricultor al consumidor y donde las
demandas de los mercados se manifiestan sobre todo a través de las
señales que emiten las industrias alimentarias y de los centros de
distribución. La dimensión productiva de la agricultura es hoy una
dimensión cada vez más subordinada a los criterios de calidad y
tipificación marcados por los sectores industrial y de distribución de
alimentos, de modo que los agricultores deben gestionar sus
explotaciones a la luz de las señales que estos sectores emitan y no
pensando en la autonomía de que disfrutaban antaño, pero que hoy es
sólo un recuerdo. Sin embargo, la realidad nos dice que este nuevo
marco de referencia y los nuevos sistemas de gestión y producción que
conlleva encuentran dificultades para penetrar en la cultura de los
agricultores, impregnada todavía de los valores productivistas y de
los hábitos agrícolas convencionales.
Y es ahí donde radica la importancia de la profesión de ingeniero
agrónomo en el ámbito productivo, una profesión que, en sintonía con
los nuevos valores de la modernidad, debe contribuir a que se vaya
sustituyendo la ya vieja cultura de la eficacia, cuyo sentido y fin
último era la maximización de los rendimientos y el productivismo a
ultranza, por otra nueva cultura de la eficiencia, basada en la
optimización de los recursos productivos y en un adecuado
aprovechamiento de las nuevas tecnologías. Asimismo, la orientación
profesional del ingeniero agrónomo, demasiado anclada en la gestión
productiva de las explotaciones agrarias, debe ampliarse al sector
industrial y de distribución, de modo que se incremente su presencia
en el mundo de la empresa agroalimentaria y en el complejo mundo de
las cadenas distribuidoras de alimentos.
2) Dimensión sociocultural
Estudios sobre las sociedades
industriales avanzadas realizados desde la sociología muestran la
expansión creciente de los llamados valores postmaterialistas en la
opinión pública, unos valores caracterizados por resaltar la
importancia de la calidad (frente a la cantidad) de los bienes y
servicios, la limitación del productivismo (frente al consumismo
exacerbado), la preocupación por los riesgos de las nuevas tecnologías
(biotecnología, transgénicos, energía nuclear,…) sobre la salud de
los ciudadanos (frente al tecnocentrismo y la fe ilimitada en la
ciencia) o la puesta en valor de bienes no tangibles situados al
margen del mercado (como el paisaje, el patrimonio cultural o los
recursos naturales). Tales estudios muestran también que la presencia
de esos valores se produce sobre todo en sectores ilustrados de la
población (personas de edad media, alto nivel de instrucción, ocupados
en profesiones liberales o en áreas vinculadas a las políticas de
bienestar, como la sanidad, la enseñanza o los servicios sociales),
que tienen una elevada capacidad de influencia en los centros
políticos de decisión o en los medios de comunicación. Este cambio
cultural tiene efectos importantes sobre la utilización de los
espacios rurales, relegando a un segundo plano su tradicional
utilización productiva en beneficio de otras utilidades, como la
preservación del paisaje, la conservación del medio ambiente o la
elaboración de productos diferenciados sobre la base de su
identificación con un determinado territorio.
Expresión de este avance de los valores postmaterialistas en materia
de consumo de alimentos es, por un lado, el desarrollo del principio
de trazabilidad de los productos agroalimentarios para asegurar que su
origen y proceso de elaboración sigue un código de buenas prácticas,
y, por otro, la expansión de distintivos, etiquetas y certificaciones
para garantizar la calidad diferenciada de los productos que se
consumen. Es también expresión de este cambio sociocultural la
recuperación y puesta en valor del patrimonio natural para potenciar
sus funciones recreativas y de ocio (por ejemplo, en turismo rural, en
deportes de montaña o en deportes emergentes, como el golf) o el
desarrollo de una nueva arquitectura rural para evitar el deterioro
del paisaje (por ejemplo, en la construcción o rehabilitación de casas
de labranza o en la instalación de equipamientos agrícolas), al igual
que también forman parte de ese cambio sociocultural las nuevas
concepciones de la arquitectura urbana donde la presencia de zonas
ajardinadas introducen una dimensión agraria en el núcleo central de
las grandes ciudades. Finalmente, los cambios demográficos y el
retorno a sus antiguos pueblos de población ya jubilada pero todavía
con inquietudes y deseos de sentirse activos, así como la emergencia
de patologías causadas por el stress de las ciudades sobre
determinados grupos de la población, generan nuevas utilidades para la
actividad agraria en la forma de huertos y pequeñas granjas que pueden
cumplir funciones terapéuticas entre esos colectivos.
Este contexto abre un interesante conjunto de oportunidades para la
profesión de ingeniero agrónomo si muestra capacidad para ampliar su
contenido formativo y disposición a cooperar con nuevas titulaciones
surgidas de disciplinas conexas, como las ciencias de la nutrición, la
tecnología de los alimentos, la biotecnología, la sociología del
consumo, la arquitectura y el diseño artístico, la psicología, la
geriatría o las ciencias de la educación.
3) Dimensión medioambiental
Es un hecho que la agricultura
ha pasado a formar parte del conjunto de actividades consideradas como
contaminantes por sus efectos negativos sobre el medio ambiente.
Después de un largo periodo de excepcionalidad medioambiental, durante
el cual la actividad agraria era concebida como una actividad en
sintonía con la naturaleza, la agricultura es hoy tratada como una
actividad potencialmente contaminante, y eso tiene importantes efectos
sobre la profesión de agricultor y sobre los técnicos que se encargan
de asesorarles en la gestión de las explotaciones, es decir, los
ingenieros agrónomos, que adquieren así una importante
responsabilidad.
La dimensión medioambiental de la agricultura no se define sólo en
términos negativos por los efectos contaminantes de determinados
sistemas de producción, sino también en términos positivos, dado que
una adecuada utilización de los recursos naturales puede ser el mejor
modo de conservar el medio ambiente en los espacios rurales, sobre
todo los considerados espacios sensibles por estar ubicados en
hábitats de importancia para la biodiversidad. En sintonía con esta
dimensión, emergen nuevos sistemas de producción que, si bien tienen
una componente económico-productiva evidente (como ocurre con los ya
mencionados de la agricultura ecológica, la agricultura integrada o la
de conservación), responden también a una lógica medioambiental (por
ejemplo, reduciendo la intensidad del laboreo para evitar la erosión
de los suelos, o llevando a cabo tratamientos fitosanitarios de
carácter integrado para impedir la ruptura del equilibrio ecológico)
que le da a la profesión de agricultor una nueva legitimidad ante los
ciudadanos. En esta misma línea se sitúan también las nuevas
orientaciones de la agricultura de regadío, unas orientaciones que,
respondiendo a las ideas de la llamada Nueva Cultura del Agua, abogan
por un uso racional de los recursos hídricos y una adecuada
modernización de las instalaciones de riego. También se manifiesta la
dimensión medioambiental de la agricultura en sus funciones positivas
para la prevención de los incendios forestales mediante una adecuada
realización de tareas de limpieza y desbroce en las zonas boscosas
donde estén ubicadas las explotaciones agrarias.
Los agricultores dicen orgullosos que ellos son los mejores
ecologistas, pero esa afirmación hay que probarla día a día con la
realización de prácticas que estén en verdadera sintonía con el
paradigma del desarrollo sostenible que hoy impera en nuestra cultura.
Y es ahí donde la función de los ingenieros agrónomos adquiere una
importancia decisiva como representantes que son de una profesión
formada en los centros neurálgicos del conocimiento científico (las
universidades) e impregnada de los valores postmaterialistas que
dominan hoy la sociedad europea. Ante unos agricultores imbuidos
todavía de una lógica productivista basada en la maximización de los
recursos y en las exigencias ciegas del mercado, el ingeniero agrónomo
tiene la oportunidad de actuar ante aquéllos como agente de difusión
de los valores que conforman el paradigma del desarrollo sostenible,
contribuyendo a que la transición hacia nuevos sistemas de producción
sea realizada con las menores dificultades y el menor coste posible
para los agricultores.
4) Dimensión ética
Toda profesión debe tener una
componente ética que guíe la actividad de los que la ejercen,
indicándoles lo que es bueno y lo que es malo para el conjunto de la
sociedad. La profesión de agricultor ha estado tradicionalmente
marcada por su función cuasi religiosa de alimentar a la población,
esforzándose para ello en lograr constantes aumentos de la
productividad mediante la modernización de sus explotaciones. En
consonancia con ello, la profesión de ingeniero agrónomo se ha guiado
por una ética de la producción, contribuyendo a que los agricultores
alcanzaran el ideal del buen agricultor a través de la maximización de
los recursos disponibles. El buen ingeniero era el que asesoraba
adecuadamente al agricultor y lo adentraba en la cultura del
productivismo para alcanzar las máximas cotas de rendimiento en su
explotación. A una determinada profesión de agricultor le correspondía
una determinada profesión de ingeniero agrónomo.
Hoy las cosas han cambiado en el terreno de la ética profesional. Los
agricultores son conscientes de que los recursos naturales son
limitados y de que no les pertenecen en exclusiva a ellos, sino que
deben dejarlos en buen estado para que puedan ser utilizados por las
generaciones futuras. Por eso, los agricultores, que saben que un
recurso agotado es un recurso inútil, han de asumir el compromiso
ético de hacer un uso adecuado de los recursos naturales, poniendo
límites a su explotación con fines productivos para garantizar su
utilidad futura. Asimismo, se ha instalado una ética de la salud en lo
que se refiere al consumo de alimentos, de tal modo que la legitimidad
de la profesión de agricultor ya no está basada en la producción de
alimentos abundantes y baratos, sino en que sean productos sanos y de
calidad. También se erige dentro del panorama de la ética moderna en
materia de agricultura una responsabilidad por aspectos que antes no
eran suficientemente contemplados, como las condiciones de trabajo en
las explotaciones, un aspecto éste que adquiere importancia en
momentos como los actuales donde se produce la llegada masiva de
inmigrantes temporeros para la realización de las labores agrícolas.
Más recientemente, y con desigual intensidad, se abre paso una
preocupación de la sociedad por el tratamiento que reciben los
animales durante el proceso de cría y engorde que se lleva a cabo en
las granjas, mostrando una dimensión ética hasta ahora poco subrayada
en la relación del hombre con los seres vivos y que es reflejo de los
valores postmaterialistas a los que antes se hizo mención. No hay que
olvidar en esta dimensión ética de la profesión, todo lo relativo a
las relaciones Norte-Sur en materia de desarrollo agroalimentario,
dado que, cada vez es más frecuente la participación de los ingenieros
agrónomos andaluces en programas de cooperación con países en vías de
desarrollo, bien a través de ONGs o de instituciones oficiales,
asumiendo así una ética de la solidaridad con las poblaciones más
desfavorecidas del planeta. En ese contexto, son válidas las
reflexiones anteriores sobre una nueva lógica de modernización (más
eficiente, más sostenible y más incluyente), si bien atemperada por
las especiales circunstancias en materia de suficiencia alimentaria
que experimentan esos países.
Esos nuevos compromisos éticos que impregnan la cultura de los
agricultores deben ser también los de los ingenieros agrónomos si
quieren que su profesión recupere legitimidad ante éstos y ante el
conjunto de la ciudadanía.
5) Dimensión política
Las políticas agrarias
experimentan cambios importantes a tono con las transformaciones de la
agricultura y el mundo rural. Las sucesivas reformas de la PAC son una
buena muestra de ello, especialmente los cambios introducidos por la
reforma aprobada en el pasado mes de junio. De las reformas
emprendidas en los últimos diez años y de los efectos que se prevén
con esta última, se va configurando un modelo de política agraria que
orienta la profesión de agricultor hacia una profesión polivalente en
la que, junto a su evidente dimensión empresarial, se abre paso otras
dimensiones en sintonía con la multifuncionalidad de la agricultura.
De ahí que para ser beneficiario de las ayudas contempladas en las
nuevas políticas agrarias, el agricultor deberá llevar a cabo una
adecuada gestión de su explotación contemplando no sólo sus aspectos
productivos, sino también los que tienen que ver con el medio
ambiente, el territorio, la salud, la cultura y la generación de
empleo. Estas exigencias, que componen el denominado segundo pilar de
la PAC, se han concretado ya en algunos países de la UE mediante
fórmulas contractuales (como es el caso de los contratos territoriales
de explotación franceses, denominados hoy Contratos de Agricultura
Sostenible) que requieren importantes cambios en la concepción y
gestión de las explotaciones agrarias, cambios para los que muchos
agricultores no están todavía preparados (y ni siquiera mentalizados),
haciendo necesaria la existencia de una administración renovada en su
red territorial de apoyo al sector y la presencia de organizaciones
profesionales que jueguen el papel de partenariado que tan buenos
resultados está dando en otros países de la Unión Europea.
Y es ahí precisamente, en la necesidad de disponer de una adecuada
infraestructura logística de apoyo y asesoramiento técnico a los
agricultores para que puedan responder a las exigencias de la
multifuncionalidad y aprovechar las oportunidades que les abre el
segundo pilar, donde la profesión de ingeniero agrónomo adquiere una
dimensión nueva y renovada. Al igual que en los años sesenta y setenta
los ingenieros agrónomos jugaron un papel decisivo dentro de los
servicios de extensión agraria para incorporar a los agricultores
españoles en el tren de la modernización productivista, hoy pueden
volver a jugarlo como agentes de una modernización diferente, basada
en la eficiencia productiva, la sostenibilidad medioambiental, el
equilibrio territorial, la calidad de los alimentos, el desarrollo
rural, la salud de las personas y el bienestar de los animales. En el
marco de una renovación de la administración agraria, se hace
necesario una especie de refundación de los servicios de extensión con
pautas del siglo XXI y con modelos de organización adaptados a la
cultura del partenariado público-privado que impregna las políticas
públicas. En esa refundación deben estar presentes los ingenieros
agrónomos, si bien con una diferencia sustancial respecto a épocas
pasadas: su presencia no puede ser ya la de una profesión con vocación
de ejercer el monopolio del conocimiento en materia de agricultura,
sino la de una profesión más, que junto a otras (veterinarios,
forestales, biólogos, geógrafos, sociólogos, antropólogos,
estadísticos, ambientalistas, arquitectos, …) y en un esfuerzo
multidisciplinario, debe contribuir a una gestión sostenible de los
espacios rurales. Y esto lo saben las nuevas generaciones de
ingenieros agrónomos que, aprovechando las oportunidades ofrecidas por
los programas de intercambio universitario (como el programa Erasmus),
han tenido ocasión de comprobar cómo se renueva la profesión en
países, como Francia, Países Bajos o Reino Unido, que han estado en
la vanguardia de los avances en las ciencias agrarias.
En definitiva, una nueva agricultura exige una nueva profesión de
agricultor, pero para que ésta se desarrolle es preciso definir
también nuevos perfiles profesionales para los que se encargan de
asesorar técnicamente a los agricultores en la gestión de sus
explotaciones. Los ingenieros agrónomos están hoy ante el reto de su
renovación, debiendo dejar de lado su vieja vocación corporativista e
integrarse con otras profesiones para contribuir a la nueva
modernización de la agricultura andaluza. Sólo así podrá ser una
profesión cargada de futuro.
Cuadro nº 1
Dimensiones del contexto que afecta a la profesión de ingeniero
agrónomo
Dimensiones |
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