Las distintas Administraciones no cesan de decir que hay que mantener la población rural, pero cada año que pasa los municipios, sobre todo si son pequeños, o pierden población, o la aumentan levemente gracias a la llegada de inmigrantes.
El mundo rural ha sido y es elogiado por todos. Unos porque aseguran que en los núcleos rurales se está más en contacto con la naturaleza y podemos alejarnos del mundanal ruido, otros porque les gusta disfrutar de la tranquilidad que se respira en nuestros pueblos para olvidarse del estrés y las preocupaciones.
Son muchos los elogios a la vida rural, pero ¿cuentan con los apoyos necesarios los municipios?
La agricultura, el pilar más importante de la sociedad rural no dispone de los apoyos suficientes para fijar la población. Las subvenciones de la PAC ya han comenzado a menguar, los precios de los productos agrarios bajan o se mantienen igual de un año para otro, mientras hay una continua escalada de precios en el gasóleo y, en general, el IPC sube y sube, produciendo una inflación en los agricultores que se va acumulando de forma continuada.
El caso del vino, uno de los productos más importantes en Castilla-La Mancha, es un claro ejemplo de que la economía de nuestros pueblos va muy mal y presenta un futuro nada esperanzador para fijar la población rural. El vino hoy se vende más barato que hace diez años, mientras que el IPC ha subido alrededor de un 3% anual. Los jornales, los abonos, los tractores y la maquinaria, los productos fitosanitarios, las facturas de los talleres son considerablemente más caros. Todo ha subido y sigue subiendo mientras la uva baja o se mantiene en el mismo precio.
El campo está sufriendo una grave crisis que no sólo se palpa en las conversaciones entre los agricultores, sino en la mayoría de los ámbitos de la vida rural. Los hijos de los agricultores no quieren ser agricultores. Cuando un agricultor se jubila a menudo no hay quien lo sustituya. Las explotaciones empiezan a abandonarse. Los socios de las cooperativas se dan de baja y, si pueden, venden sus tierras. El valor patrimonial de las tierras rústicas desciende. Las pequeñas bodegas y cooperativas no pueden sobrevivir a los mil requisitos técnicos, administrativos y sanitarios y se están viendo abocadas al cierre o la absorción. Mientras tanto las exigencias de la Administración cada vez son más. Más burocracia, mayores controles, mayores sanciones, mayores gravámenes.
Ahí está como ejemplo la Fundación CLM, Tierra de Viñedos, financiada únicamente por los viticultores, a quienes, a pesar de no ganar apenas ganan nada con el vino se les está obligando a pagar por decreto en plena democracia.
Un hecho de estas características en Francia hubiera ocasionado un levantamiento general de los viticultores y la automática derogación de esta ley en la que unos no pagan nada para que otros lo paguen todo, y con toda probabilidad también hubiera provocado toda una cadena dimisiones políticas y disturbios.
Aquí no sucede nada. Después de aproximadamente un año y medio que se constituyó la Fundación CLM, todo el mundo sigue en su puesto. La Consejera de Agricultura sigue siendo Consejera, el Director General de Mercados Alimentarios sigue siendo Director General, el presidente de la Fundación sigue siendo presidente. Desde el primero hasta el último de los cargos políticos que tienen que ver con este asunto, nadie ha movido un músculo para reformar esta nueva carga al viticultor, para que cuando menos sea compartida, pero todos siguen en sus sillones, manejando los hilos del poder, como si el asunto no fuera con ellos.
Todos conocen bien la situación de los viticultores, la escasa rentabilidad de la viña, del campo en general, la subida del gasoil, el incremento del IPC… Pero les da absolutamente igual. Cada uno de ellos cobra su nómina y los correspondientes incrementos ¿para qué preocuparse?. Ellos no viven de la uva.
Los políticos con mayúsculas, los altos funcionarios, todos siguen en sus puestos, como si nada hubiera pasado, como si la Ley fuese la más justa y solidaria de las leyes, durmiendo muy tranquilos, exigiendo religiosamente el pago de las cuotas.
Y los viticultores a agachar las orejas y a la viña, que aunque no se gana nada con el vino, hay que trabajarla.
El servicio de limpieza de un aeropuerto o de una ciudad hace huelga y en breve consiguen sus objetivos. Los empleados de la minería o de la siderurgia se manifiestan y se les hace caso. Los despedidos de una empresa luchan por sus reivindicaciones y a menudo obtienen sus frutos, pero en el campo los agricultores apenas se manifiestan y protestan y eso sólo provoca que todo siga igual o que incluso empeore.
Me pregunto si esta es la forma de fijar la población rural, si con esta medida, con la casi total ausencia de ayudas de la Administración regional a la viticultura en esta gran crisis, los hijos de los viticultores van a querer quedarse en el campo, en su pueblo.
Cómo se pretende asentar la población rural si cada vez se le añade un resta nueva a la maltrecha economía agraria, si no se ayuda a los viticultores con planes regionales, si no se intentan controlar los excedentes si cada vez más penden sobre el agricultor controles más rigurosos, mayores exigencias y sanciones.
Hoy es agricultor quien no tiene otra alternativa. La mayoría de los jóvenes huyen del campo y por eso hoy el sector es uno de los más envejecidos. Y este hecho no es un capricho. Responde a la realidad diaria de pérdida de renta, de inflación, de falta de apoyo y de futuro, de insensibilidad política.
Hace falta que vayamos hacia una agricultura más competitiva, pero también es necesaria una mayor implicación por parte de las distintas administraciones. España no sólo es sol y turismo. España también es campo y para mantenerlo es preciso que desde los poderes fácticos se le tenga en cuenta y se le ayude.
De lo contrario, si nadie lo remedia, si todos siguen en sus puestos, unos apretando y otros callando, muchas cooperativas vinícolas cerrarán su puertas y muchísimos pueblos de nuestra geografía desaparecerán del mapa y como recuerdo de él sólo quedarán un montón de casas vacías, de ruinas fantasmales donde una vez hubo vida. Y que conste, esto no es un mal augurio, es una realidad y como prueba ahí están las estadísticas demográficas para refrendarlo.
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