En medio de la hiperpolarización que sufre nuestro país, el lobo surge como foco perfecto para centrar la lucha por el relato entre los partidos políticos. Nada menos que cinco brechas excava el lobo para dividir nuestra sociedad. Lo malo es que, la gane quien la gane, la guerra del relato la perderemos los de siempre: la gente de los pueblos
El lobo en el LESPRE duró lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rock: o sea, lo que el partido socialista tardó en perder su capital político. El lobo entró en “protección” con el voto de las autonomías que habían visto al cánido solo en los documentales de Rodríguez de la Fuente; esto es, que tenían con el lobo el mismo problema que con el cocodrilo de Madagascar: ninguno. Pero la mayoría era (ya no lo es) socialista y disciplina obliga.
Y tres años más tarde, el lobo perdió su amparo tras el funambulismo parlamentario del Partido Popular , que dentro de la ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario coló como desperdicio a los cadáveres de las reses devoradas por el lobo. Pero los populares no se lanzaron al vacío sin red, porque cinco de los partidos que forman el bloque progresista del Gobierno se abstuvieron o votaron con los conservadores. Un exangüe PSOE derramaba furtivas lágrimas viendo al lobo huir de la madriguera de Ferraz en dirección a la calle Génova de Madrid.
La breve vida del depredador al abrigo del decreto ha sido muy reveladora, porque ha mostrado con una claridad cegadora el enorme interés de los partidos mayoritarios de llevarse el lobo a su madriguera. Podría decirse que a los socialistas y a los conservadores les iba la vida en salvar al pobre animal de las garras de la extinción. No lo parece.
Ambas formaciones tienen concretos caladeros loberos en su electorado. Los de izquierda han de alimentar las ansias de grupos ecologistas, animalistas, lobistas, hasta veganos que cuentan con un peso importante en las formaciones de extrema izquierda que hoy quitan y ponen gobiernos. Y los conservadores han de atender las exigencias de los ganaderos más conservadores, de los cazadores, de una burguesía rural, etcétera.
Pero hay otra cuestión más honda y es la batalla del relato. En tanto que España lidera hoy los rankings de polarización a escala planetaria, el lobo es un preciado botín para colgar en la sala de trofeos. Es el rey del relato, una máquina de producción de significado, un “motor simbólico”, lo llaman los ecologistas. Ha levantado tanta ebullición en nuestro país que comienza a ser un tótem en la agenda de los speen doctors que rodean a los políticos. El lobo significa tantas cosas que ganar su relato es tener mucho ganado de cara a las contiendas electorales. Pero ya se sabe: ganar el relato es crear una realidad relativa, o sea, una realidad alternativa a la realidad real. Donald Trump, actual presidente de los EE UU, ganó las elecciones norteamericanas porque antes ganó el relato.
BRECHAS
El lobo ha excavado a pico y pala nada menos que cinco brechas que dividen a la sociedad española. El LESPRE, y todo lo que éste significa, sería la Línea Maginot entre una y otra orilla. Una brecha geográfica: urbanitas, a favor, rurales, en contra; una brecha ideológica: izquierda, a favor, derecha en contra; una brecha económica: los ganaderos ricos pueden sostener los ataques (mayor protección de las granjas, menos necesidad de ayudas), los pobres no; una brecha alimentaria: veganos, a favor, omnívoros, en contra. Y por último, una brecha sociocultural: modernos con formación, a favor, tradicionales, en contra.
Sólo son latentes perspectivas de tendencias, pero son el embrión de un monstruo que comienza a crecer y que terminará ensanchando la distancia entre quienes quiera que sean los de arriba, y los de abajo, que somos los de siempre.
Y hay otra brecha: la mediática.
En la carrera del relato, de cara a perforar en las brechas, han corrido más que nadie los medios animalistas: llaman sensacionalistas a nuestros medios locales que informan sobre los ataques del lobo; reducen los asaltos a las granjas a un problema económico; (esto me subleva: cómo defensores del lobo a quienes se supone sensibilidad pueden obviar el mazazo psicológico que sufre un ganadero al ver devorado su ganado); dicen que la desprotección del lobo es un ataque contra la modernidad; o sea, quienes buscamos una desprotección regulada somos fósiles de Atapuerca; atacan a la derecha, la llaman tradicionalista, pero también a la izquierda con tal de que sea no animalista: a Adrián Barbón, presidente socialista de Asturias, lo llama antivacunas. Y el broche: dicen que algunos partidos utilizan tóxicamente “la incultura y la marginación del medio rural”.
No caigo en la auto congratulatoria si afirmo que las organizaciones agrarias somos de los pocos estamentos a favor de una protección, paralela a una racional gestión de las andanzas del lobo en el bosque.
Y por fin, la brecha más bella: la del lobo blanco y el lobo negro. Un abuelo cherokee contaba a su nieto que todos los seres humanos tenemos dentro de nosotros, luchando por salir, un lobo blanco y un lobo negro. El lobo blanco defiende la bondad, el amor y la alegría. El negro se vincula con la ira, la avaricia y la soberbia. El nieto pregunta al abuelo qué lobo ganará en esa pugna. El abuelo responde al nieto: “ganará aquel lobo al que tú alimentes”.
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