Siempre que ha hecho falta, Unió de Pagesos ha salido a la calle a defender los derechos de la agricultura. Así lo hemos hecho, por ejemplo, este fin de semana en Xerta y así lo haremos todas las veces y en todos los lugares donde haga falta. Porque la agricultura no es sólo un oficio, es una necesidad vital, tanto para las personas que nos dedicamos a ella como para toda la población.

Nos hemos manifestado con el eslogan Pagesia o fuego, que creo que se explica bastante bien por sí mismo. La agricultura es un elemento clave para el mantenimiento del mosaico agroforestal, y si la sociedad y las administraciones no ponen nuestra actividad en el centro, el territorio queda desordenado, las tierras de cultivo quedan abandonadas y los bosques desolados. Y si todo esto ocurre, el territorio se convierte en un polvorín en caso de incendio. Es evidente que no podemos permitirlo.
Ya hace demasiado tiempo (el pasado verano sin ir más lejos) que vivimos cada temporada con el miedo en el cuerpo por si se nos comen las llamas. Precisamente por este motivo, el 29 de noviembre nos hicimos escuchar con un acto en el Mirador de l’Assut (Xerta), mientras a nuestra espalda las montañas quemadas el pasado julio servían como recordatorio: necesitamos un paisaje ordenado, y aquí las agricultoras y los agricultores tenemos mucho que decir y hacer.
Pero aparte del fuego literal, nuestro lema también es una llamada a un fuego simbólico, pero no menos intenso. Si los gobiernos no tienen en cuenta la agricultura, encenderemos el fuego de la lucha y saldremos a la calle hasta que se atiendan nuestras demandas. Hasta que se pueda garantizar el relevo generacional en nuestro oficio y hacer que los agricultores jóvenes puedan acceder a la tierra con garantías y que los agricultores de más edad se puedan jubilar cuando toca y con unas pensiones y condiciones dignas. Por eso, por ejemplo, no paramos hasta conseguir que el gobierno redujera hasta el 99% los impuestos sobre transmisiones patrimoniales agrarias. Sin los jóvenes, no tendremos futuro.
Tampoco pararemos hasta que nuestros productos se paguen a los precios que toca y hasta que la fiscalidad deje de ahogar a las personas que quieren dedicarse al campo. Y tampoco nos detendremos hasta que el Gobierno garantice el despliegue en las Tierras del Ebro del Plan de control poblacional de la fauna cinegética que, como el jabalí, destroza nuestros campos y enferma nuestros rebaños. Hasta que se entienda, en definitiva, que sin nuestro trabajo los pueblos quedarán vacíos y la población no podrá llenar los platos.
Ya sabemos que, cuando se enciende un fuego, nunca se puede saber cuál es su potencial. Pero también sabemos que la agricultura es un trabajo que quita vida de la tierra y la reparte. La elección, creo, es muy fácil: ¿agricultura o fuego?





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