La reintroducción del uso del DDT en Sudáfrica para combatir el paludismo o malaria ha sido un factor principal en el gran éxito en cuanto a la reducción de los casos de esta enfermedad en los últimos cinco años, cuya mortalidad se ha reducido en un 86% desde entonces, según ha declarado el ministro de sanidad, Mantombazana, ante el Parlamento.
Sudáfrica dejo de utilizar el DDT en 1996 ante la presión internacional, pero lo reintrodujo en 2000 exclusivamente en aplicaciones relacionadas en la lucha contra la malaria, como en el interior de viviendas o en impregnación de mallas mosquiteras.
El DDT es el insecticida por excelencia “políticamente incorrecto” en el bienestante mundo desarrollado, por haber sido el origen de numerosas campañas y en gran parte del mismo movimiento ecologista en los años 60, con el célebre libro de Rachel Carson “Silent Sping” (Primavera Silenciosa), que aludía un futuro sin pájaros por los efectos residuales del DDT. No obstante, hoy en día se sabe que gran parte de los efectos perniciosos del DDT que se suponían entonces (cáncer, reducción del espesor de los huevos de los pájaros, efectos particulares sobre las aves rapaces) fueron enormemente exagerados.
El DDT tiene una gran eficacia contra el mosquito vector de la malaria y grandes ventajas en los países en desarrollo por su bajo coste y persistencia, y utilizado de forma correcta es un arma de gran relevancia en la lucha contra una enfermedad que mata cada año a millones de personas, sobre todo niños.
Otros países africanos como Kenia, Uganda o Tanzania Uganda o Eritrea se han unido a la iniciativa de Sudáfrica y han reintroducido o planean reintroducir el uso del DDT, a pesar de la presión de los países desarrollados, que no tienen el problema de la malaria.
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