Los viticultores utilizan hoy en día, solo una proporción muy pequeña de la diversidad genética de la vid existente a escala mundial (algo que sucede también con muchas otras especies, como la banana, el cacao, el café o el kiwi). De hecho, el 1 % de las variedades de uva (12 de las 1 100 variedades cultivadas de uvas de vinificación) ocupan aproximadamente el 45 % de los viñedos del mundo, mientras que en algunos países, como China, Australia y Nueva Zelanda, este porcentaje supera el 80 % de sus viñedos. China supone un caso particularmente extremo, pues el 75 % de la superficie cultivada está cubierta por una única variedad, el Cabernet-Sauvignon.
Sin embargo, de las 1 100 variedades cultivadas, algunas se adaptan mejor a climas más cálidos y se comportan mejor ante la sequía que las 12 más conocidas y utilizadas a escala mundial. Por este motivo, los investigadores de la Universidad de Harvard (Estados Unidos) y del Instituto francés de investigación agraria sugieren que una de las herramientas que podrían usarse para adaptar la viticultura al cambio climático es aprovechar la diversidad de las demás variedades cultivadas, plantando otras menos conocidas y fomentando nuevas prácticas entre los viticultores y los consumidores. Su estudio se publicó en la revista Nature Climate Change el 2 de enero de 2018.
Eso es lo que ya se ha conseguido en el sistema experimental de la parcela VitAdapt del Instituto Francés de Ciencias de la Vid y el Vino (ISVV), el cual describe el comportamiento y la adaptación a largo plazo de cincuenta variedades en el clima de Burdeos.
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