Originaria de América Central, la flor de Pascua fue valorada por los aztecas, quienes la conocían como Cuitlaxochitl, que significa «flor de cuero». Para ellos, esta planta simbolizaba pureza y renovación. Sus brillantes brácteas rojas no solo adornaban templos y ceremonias, sino que también se utilizaban para teñir tejidos y preparar remedios medicinales con su savia lechosa.
El último emperador azteca, Moctezuma II, admiraba tanto esta flor que hacía que se trasladaran ejemplares desde regiones cálidas a sus jardines en la actual Ciudad de México. Con la llegada de los colonizadores españoles, la planta fue observada por botánicos europeos, pero aún quedaban siglos para que alcanzara el reconocimiento global.
El verdadero salto internacional de la flor de Pascua ocurrió en el siglo XIX, gracias a Joel Roberts Poinsett, embajador de Estados Unidos en México. Fascinado por la belleza de esta planta, Poinsett envió algunos ejemplares a su país natal en 1828, donde comenzaron a cultivarse en jardines botánicos y a popularizarse como planta ornamental.
En honor a su descubridor, la flor fue bautizada como poinsettia y su éxito se disparó rápidamente, especialmente en las festividades navideñas. En 1851, tras la muerte de Poinsett, el Congreso de los Estados Unidos declaró el 12 de diciembre como el «Día de la Poinsettia», consolidando su vínculo con las celebraciones de invierno.
El símbolo navideño que conocemos hoy
La relación entre la flor de Pascua y la Navidad tiene sus raíces en México, donde durante la época colonial se incorporó a las procesiones religiosas. Según la tradición cristiana, la forma estrellada de sus hojas simboliza la estrella de Belén que guió a los Reyes Magos, mientras que su color rojo representa la sangre de Cristo. Con el tiempo, estas asociaciones espirituales la convirtieron en un emblema de la Navidad.
En el siglo XX, el cultivo comercial de la poinsettia se perfeccionó en Estados Unidos, donde la familia Ecke, inmigrantes alemanes, comenzó a producir variedades compactas adecuadas para el mercado doméstico. Su éxito se extendió rápidamente a Europa, donde se adoptó como un elemento decorativo indispensable para las fiestas.
Hoy en día, la flor de Pascua es mucho más que una planta ornamental. Representa un puente entre culturas, desde las civilizaciones prehispánicas hasta las tradiciones cristianas modernas. Su vibrante color rojo y su forma característica la han convertido en una estrella indiscutible de las decoraciones navideñas en todo el mundo.
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