La varroa llegó a Nueva Zelanda en abril de 2000. Se detectó en Auckland, en la Isla Norte, y desde entonces se ha ido extendido por toda esta isla. Se asumió que iba a ser imposible erradicar la varroa de la Isla Norte, por lo que a partir de ese momento, todos los esfuerzos de la administración y los productores se centraron en evitar que el ácaro llegara a la Isla Sur.
Se ha fijado una estrategia basada en el control de los movimientos, la concienciación y la vigilancia. El programa de vigilancia está diseñado para detectar la varroa en cuanto aparezca en la Isla Sur para poder ser erradicada en estas etapas iniciales.
El coste de estas actuaciones asciende a 456.000 euros anuales (unos 75 millones de pesetas), que son aportados por la administración local y la industria.
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